Como cristianos, nos regocijamos de que nuestra salvación está segura en Cristo
y sabemos que nuestros pecados están por siempre lavados con su sangre. Nos
maravillamos de su infinita misericordia pues nos perdonó aun cuando no lo
merecíamos. Sin embargo, a menudo sucede que no nos perdonamos a nosotros
mismos.
Por supuesto que sabemos que “cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12). No obstante continuamente llevamos la pesada carga de la culpa – y es innecesario.
Creemos estar obligados a llevar esta pesada carga, cuando en realidad ése nunca fue el propósito de Dios. Debemos aprender a liberarnos de nuestra culpa.
A veces
el peso de la culpa es simplemente falsa condenación.
Paul
Tournier, un respetado psicólogo suizo, ha dicho: “La falsa culpa viene como resultado de ideas y criterios
humanos.” La gente a
veces quiere controlarnos o manipularnos creando reglas y normas que la Biblia
nunca menciona. Debemos identificar esas falsas culpas con sumo cuidado y
oración, y luego debemos librarnos de ellas.
En
otras ocasiones llevamos pesadas cargas de culpa porque no hacemos con ella lo
que corresponde. Hay al menos tres respuestas inadecuadas para con la verdadera
culpa:
En
primer lugar, podemos reprimirla. Tratamos de cubrirla y de negar su existencia.
Ponemos la mira en nuestras faltas insignificantes en lugar de reconocer
nuestra culpa real. Como resultado, perdemos la paz y a veces hasta sufrimos
físicamente.
En
segundo lugar, podemos lamentar nuestro error. Pero el solo hecho de decir “lo
siento” no reconoce la seriedad de nuestro pecado y la consiguiente
responsabilidad.
En
tercer lugar, podemos sentir remordimiento por el pecado. “Nunca volveré a
hacerlo”, prometemos. El mismo Judas sintió remordimiento después de haber
traicionado a Cristo (Mateo 27:3-4). Sin embargo, le faltó un paso para llegar
a lo que la Biblia llama arrepentimiento.
El
arrepentimiento es la manera bíblica y correcta de responder al pecado. En el
momento que entregamos nuestra vida a Cristo, nuestros pecados–pasados, presentes
y futuros–fueron perdonados. La justicia de Dios fue satisfecha. Pero ahora
como hijos de Dios debemos mantener comunión con El. Para lograrlo, debemos
confesar nuestras faltas al Padre Celestial cuando nos damos cuenta de que
hemos pecado.
Una vez
que nos libramos de la falsa culpa y hacemos lo que debemos hacer con nuestros
pecados, somos libres de la carga de la culpa. Isaías 55:6-7 nos da esta
seguridad: “Busquen al Señor mientras puedan hallarlo. Invoquen su nombre ahora
mientras está cercano. Dejen los hombres sus maldades; expulsen de su mente
toda idea de mal. Vuélvanse al Señor para que se apiade de ellos; a nuestro
Dios, pues El dará abundante perdón”
Líbrate de su tus cargas y vuélvete a Dios ahora mismo. El está esperando.
•.¸¸•´¯`•.¸¸.ஐ Patricia ஐ.¸¸•´¯`•.¸¸.•
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