Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca
tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás (Juan
6:35).
El contexto era el maná en el desierto (Éxodo 16:13-18). Con
esta declaración nos damos cuenta que se trataba de un modelo del Mesías.
Cualquiera que come de Él nunca más sentirá hambre espiritual. Como el maná de
Éxodo 16, cada persona que lo busca lo encontrará (Mateo 7:7-8), pero
cada uno de nosotros tiene que encontrar al Señor por sí mismo. Nadie lo puede
recibir por nosotros, tampoco lo podemos recibir por alguien más. Todos
recibimos una cantidad suficiente de Él para nuestra salvación. A nadie le hace
falta, como a nadie le sobra.
En cuanto a nuestra sed, recordemos que Jesús le dijo a la mujer
samaritana en el pozo que el agua que Él le ofrecía aplacaría su sed para
siempre. Al señalar el Pozo de Jacob, frente al que se encontraban, Él dijo, “Cualquiera
que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que
yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una
fuente de agua que salte para vida eterna”
(Juan 4:13-14).
Y luego en ese último día de la gran Fiesta de los Tabernáculos,
Jesús, estando de pie, expresó con voz fuerte, “Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura,
de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de
recibir los que creyesen en él” (Juan 7:37-39).
El salmista escribió, Como el ciervo brama por las corrientes de
las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía (Salmo 42:1). En Jesús se
satisface nuestra hambre espiritual y nuestra sed espiritual es aplacada. Una
vez que tenemos el Espíritu Santo, nuestra búsqueda por la plenitud espiritual
termina y nunca más necesitaremos de algún otro sostenimiento. El agujero hecho
por Dios en nuestro corazón finalmente se ha llenado.
•.¸¸•´¯`•.¸¸.ஐ Patricia ஐ.¸¸•´¯`•.¸¸.•
Amén, amén, Gracias mi Dios todopoderoso
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