“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
ES EL CAMINO:
Sí, Jesús es ― para nosotros― un camino que conduce hacia el Padre, el único camino.
El que quiera lograr la salvación, deberá tomar ese camino. Nosotros, a menudo nos encontramos en una encrucijada, sin saber cuál es el camino que debemos elegir, ni adónde ir; son muchos los caminos errados, como también las propuestas fáciles y las ambigüedades. No nos olvidemos, en esos momentos, que Cristo ―con su Evangelio, su ejemplo y sus mandamientos― es siempre y sólo el camino más seguro que desemboca en una felicidad plena y duradera.
ES LA VERDAD:
La verdad es la exigencia más profunda del espíritu humano. Los jóvenes, sobre todo, están sedientos de la verdad sobre Dios, el hombre, la vida y el mundo. Cristo es la Palabra de verdad pronunciada por Dios mismo como respuesta a todos los interrogantes del corazón humano. Es Él quien nos revela plenamente el misterio del hombre y del mundo.
ES LA VIDA:
Cada uno de nosotros desea ardientemente vivir su propia vida en toda plenitud.
Vivir animados por grandes esperanzas y muy buenos proyectos para el futuro. No olvidemos, sin embargo, que la verdadera plenitud de la vida se encuentra sólo en Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Solamente Cristo puede llenar, hasta el fondo, el espacio del corazón humano. Sólo Él da el valor y la alegría de vivir, y esto a pesar de los límites u obstáculos externos.
Sí, descubrir a Cristo es la aventura más bella de toda nuestra vida. Pero no es suficiente descubrirlo una sola vez. Cada vez que se descubre, se recibe un llamamiento a buscarle más aún, y a conocerle mejor a través de la oración, la participación en sus mandamientos, la meditación de su Palabra, la consagración y la escucha de las enseñanzas de la Iglesia. Esta es nuestra tarea más importante, como lo comprendió tan bien Pablo cuando escribió: «Para mí la vida es Cristo» (Filipenses 1:21).
Sí, descubrir a Cristo es la aventura más bella de toda nuestra vida. Pero no es suficiente descubrirlo una sola vez. Cada vez que se descubre, se recibe un llamamiento a buscarle más aún, y a conocerle mejor a través de la oración, la participación en sus mandamientos, la meditación de su Palabra, la consagración y la escucha de las enseñanzas de la Iglesia. Esta es nuestra tarea más importante, como lo comprendió tan bien Pablo cuando escribió: «Para mí la vida es Cristo» (Filipenses 1:21).
No existe ninguna otra manera de llegar a la presencia de Dios
que la de aceptar la muerte del Señor como pago total por nuestros pecados.
Como lo dijo Pedro, “Y en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos” (Hechos 4:12). Jesús es
el único remedio provisto por Dios para el problema del pecado del hombre. Él
es el único camino para la vida eterna. Esta es la verdad de la Palabra de
Dios.
El mundo actual es una gran tierra de misión, en todas partes, hoy, es un gran desafío el mensaje evangélico. Pero al mismo tiempo, se presentan ―también en nuestros días― nuevas ocasiones para anunciar el Evangelio: se nota, por ejemplo, una creciente nostalgia de lo sagrado, de los valores auténticos, de la oración. Por esto, el mundo de hoy tiene necesidad de muchos que lleven Su Palabra y puedan dar testimonio de la fe, hoy, y comprometese a llevar a los demás el Evangelio de Cristo ―camino, verdad y vida― como también construir una nueva civilización que sea la civilización del amor, de la justicia y de la paz.
Cada nueva generación necesita nuevos cristianos. Es aquí donde surge una misión especial para nosotros. Ante todo nosotros podemos ser y nadie puede reemplazarnos en nuestro ambiente de estudio, de trabajo y familiar. Son muchos nuestros conocidos, amigos que no conocen a Cristo, o no lo conocen lo suficiente. Por consiguiente, no podemos permanecer callados e indiferentes. Debemos tener el valor de hablar de Cristo, de dar testimonio de nuestra fe a través de nuestro estilo de vida inspirado en el Evangelio. Pablo escribe: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9: 16). Ciertamente, la mies es mucha y se necesitan obreros en abundancia. Cristo confía en nosotros y cuenta con nuestra colaboración. Te invito, a renovar nuestro compromiso con Dios. ¡Cristo tiene necesidad de nosotros! ¡Responde a su llamamiento con el valor y el entusiasmo característicos de nuestra vida, guiada por su Espíritu!
Cada nueva generación necesita nuevos cristianos. Es aquí donde surge una misión especial para nosotros. Ante todo nosotros podemos ser y nadie puede reemplazarnos en nuestro ambiente de estudio, de trabajo y familiar. Son muchos nuestros conocidos, amigos que no conocen a Cristo, o no lo conocen lo suficiente. Por consiguiente, no podemos permanecer callados e indiferentes. Debemos tener el valor de hablar de Cristo, de dar testimonio de nuestra fe a través de nuestro estilo de vida inspirado en el Evangelio. Pablo escribe: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9: 16). Ciertamente, la mies es mucha y se necesitan obreros en abundancia. Cristo confía en nosotros y cuenta con nuestra colaboración. Te invito, a renovar nuestro compromiso con Dios. ¡Cristo tiene necesidad de nosotros! ¡Responde a su llamamiento con el valor y el entusiasmo característicos de nuestra vida, guiada por su Espíritu!
•.¸¸•´¯`•.¸¸.ஐ Patricia ஐ.¸¸•´¯`•.¸¸.•
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