La
Navidad es el aniversario de un nacimiento, obviamente necesitamos conocer al
protagonista de tan famoso cumpleaños. Hemos de entender quién fue Jesús.
El
pasaje de Isaías 9:6 nos
presenta un retrato formidable a través de los nombres de Cristo.
Son
cinco los nombres que se le dan a Jesús: Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre
eterno, Príncipe
de paz. A pesar de esta diversidad, el profeta utiliza el singular
-«llamarás su nombre»- no, «sus nombres». ¿Por qué? Los atributos que definen
el nombre de Cristo forman un todo inseparable como los eslabones de una
cadena: Jesús es todas estas cinco realidades a la vez.
Además,
estos nombres siguen un desarrollo progresivo. Es como una ventana que se va
abriendo poco a poco y cada vez entra más luz, hasta cuando se describe como el
Príncipe de paz. Esta fue la razón última de la venida de Cristo al mundo y
esta es la esencia de la Navidad: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra
paz».
Ahora
ampliaremos a cada uno de estos nombres.
ADMIRABLE
ADMIRABLE
Primer
atributo de Jesús. Algunas versiones lo traducen por «maravilloso». La persona
de Jesús fascina tanto al cristiano como al no cristiano. La primera reacción
al conocerle como hombre es de admiración.
1. Admirable
fue su vida. Jesús
vivió constantemente para hacer el bien: ayudó a los necesitados, consoló a los
afligidos, sanó a los enfermos, se entregó sin reservas a los demás. Su
compasión y empatía no conocían límites.
2. Admirable
o maravilloso fue su carácter. Su
bondad, su capacidad para amar, su sensibilidad, su humildad, su dominio
propio, su mansedumbre adornaron en todo momento su vida. Un testimonio fue el
de Pilato, incapaz de encontrar una sola mancha en la vida de Jesús «yo ningún
delito hallo en él» (Jn. 19:4).
3. Admirables
fueron también sus enseñanzas: «…la
gente se admiraba de su doctrina porque les enseñaba como quien tiene autoridad
y no como los escribas» (Mr. 1:22).
Y así podríamos seguir la lista de razones que
hicieron de Jesús un personaje «admirable». Pero algunos hechos singulares de
su vida -a primera vista, extraños- van más allá de lo humanamente maravilloso.
La forma milagrosa cómo salvó su vida escapando a la feroz persecución que
Herodes desencadenó precisamente para matar a este recién nacido. Su muerte
contradictoria como un malhechor cuando había vivido como un santo. El
testimonio del centurión junto a la cruz, habituado a docenas de ejecuciones,
quien observó durante su larga agonía aspectos nada «normales» y que le
llevaron a exclamar: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lc. 23:47). Y
qué diremos del relato de los Evangelios sobre su resurrección, sus apariciones
posteriores y su ascensión final al cielo. Así pues, Jesús fue admirable no
sólo por su biografía, su carácter o sus enseñanzas, sino también por estos
hechos singulares que escapan a la mera explicación natural y nos estimulan a
abrir más la ventana y dejar que la luz de sus nombres nos permita profundizar
en su identidad.
CONSEJERO
Este
atributo es consecuencia del anterior. Si Jesús tenía un carácter sensible y
empático, capaz de escuchar, con un amor profundo por las personas y una
sabiduría fuera de lo común, éstos son los requisitos idóneos para ser un buen
consejero. Así, las conversaciones personales de Jesús con diferentes hombres y
mujeres constituyen un modelo de diálogo. Nicodemo, la mujer samaritana, la
mujer pecadora en casa de Simón y muchos otros ejemplos nos muestran esta
excelencia de Jesús como consejero. El fue el sanador de sus vidas, el que
llenó sus vacíos.
En otro
texto Isaías nos da la explicación al porqué Jesús es consejero supremo: «Y
reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de
inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de
temor del Señor» (Is. 11:2).
Jesús es un extraordinario consejero porque, además de hombre excepcional, el
Espíritu mismo de Dios está con él. Ello nos conduce de forma natural al tercer
nombre.
DIOS FUERTE
Muchas
personas cierran aquí «la ventana» y se quedan con un Jesús admirable y un
maestro-consejero excepcional. Un gran hombre; nada más. Pero el nombre de
Cristo tiene otros atributos que nos trasladan a una dimensión superior. La
manifestación progresiva de su identidad nos revela que no fue sólo un hombre.
«Dios fuerte» es el siguiente paso en nuestro conocimiento del Jesús de la
Navidad.
Jesús
era Dios y como tal es poderoso, fuerte. Así lo demostró en vida: fue poderoso
para curar a los enfermos, para acallar la tempestad, para dar vida a los
muertos, para dominar las fuerzas diabólicas. Y sobre todo fue fuerte para
levantarse de la tumba y dejar el sepulcro vacío. El Jesús que nació en
debilidad -la Navidad sola sería una historia de humillación y persecución-
acabó venciendo a las fuerzas más poderosas de este mundo: la muerte, el pecado
y el Diablo.
Por
ello, los primeros cristianos no tenían ningún sentimiento de inferioridad: su
Señor era vencedor. Nuestro Jesús es Dios fuerte y un día «toda rodilla se
doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor» (Fil. 2:10-11). La
Navidad no es tanto el recuerdo inocuo y algo ingenuo del nacimiento del niño
Jesús, sino la memoria de que hay un Dios fuerte que es Señor de la Historia y
de mi vida, que un día reinará sobre todo.
PADRE ETERNO
La idea
aislada de un Dios fuerte podría transmitir cierta sensación de lejanía y
frialdad. El soberano, el todopoderoso es tan grande que no tiene tiempo para
ocuparse de mí. El es demasiado importante para prestar una dedicación personal
a cada criatura. Esta era la noción que los griegos tenían de sus dioses.
Este
Dios fuerte es al mismo tiempo un Padre íntimo, personal, que ama a cada ser
humano como algo precioso y único. Jesús, aunque él mismo no es Dios Padre,
comparte esta sensibilidad paternal. Ello es lógico puesto que Cristo es la
«imagen del Dios invisible». En numerosas ocasiones durante su ministerio,
Jesús muestra una ternura, un afecto y un cuidado profundamente paternales. La
ilustración del buen pastor en Jn. 10 es un
ejemplo excelente: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las
ovejas… Mis ovejas son mías y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn. 10:11, Jn. 10:27-28). Y ya
hacia el final de su vida, Jesús llora sobre Jerusalén exclamando: «¡Cuántas
veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus
alas, y no quisiste!» (Lc. 13:34).
¿Puede haber una mayor expresión de amor maternal que la usada por el Señor en
esta metáfora?
Este es
un punto crucial de la fe cristiana. Dar el paso del tercer nombre «Dios
fuerte» al cuarto «Padre eterno» es la esencia de la experiencia de conversión:
Jesús deja de ser sólo el Dios todopoderoso que creó el universo para llegar a
ser como un Padre. El nos adopta como hijos, nos escoge como hijos.
PRÍNCIPE DE PAZ
La luz
llega a su máxima intensidad. La ventana se ha abierto de par en par. El último
nombre dado a Jesús es la consecuencia final de todos los anteriores. Cristo ha
venido para traer paz. El mensaje de la Navidad resume perfectamente estas
noticias: «Os doy nuevas de gran gozo… que os ha nacido hoy un Salvador que es
Cristo el Señor» (Lc. 2:10-11). Es
un príncipe -aunque nació en humillación- y ha venido para traer paz.
Es una
paz en tres niveles:
1. Ante
todo, paz con
Dios: «salvará
a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21)
porque su tarea central como Salvador es reconciliar al hombre con Dios.
2. También paz
entre los hombres. En un
mundo sangrante, con una violencia sin límites, Jesús es el único que puede
derribar los muros llenos de alambradas que separan familias, pueblos, razas,
porque él es fuente de perdón y reconciliación.
3. Y, por
último, paz
interior, con uno mismo, porque
él prometió «mi paz os dejo, la paz os doy». La paz y la pacificación son
inherentes a la persona de Cristo y, por tanto, privilegio y responsabilidad de
sus seguidores el vivirla y proclamarla.
Jesús
es el mejor regalo de Navidad. Es el regalo que Dios mismo nos dio y el que
nosotros podemos compartir con otros. Que viva y que vibre en nuestro corazón
el Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe
de paz.
•.¸¸•´¯`•.¸¸.ஐ Patricia ஐ.¸¸•´¯`•.¸¸.•
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